Sandro

El siguiente escrito NO ES MIO. Lo encontré entre mis archivos y si mi memoria no me falla se publicó en una revista que se llamaba "Al Día". Por tratarse se un tema muy vinculado con el contenido de este blog y por parecerme una excelente pieza literaria me permito reproducirla a continuación:

Sandro era el duro. Sus pantalones bota de campana, su camisa negra de cuello en v como un abismo, su mirada penetrante y sus maneras de jaguar cautivaban a las muchachas de antes. A nosotros nos gustaban las letras de sus canciones, sus súplicas de amor y cada uno, a su manera, quería ser como el.

De todos sus éxitos hubo uno que fue especial: "Rosa, Rosa, tan maravillosa/tu amor me condena a la dulce pena de sufrir...".Las emisoras lo molían todo el día, lo cantábamos en el recreo y en las presentaciones del colegio los buenos imitadores del ídolo competían por igualarlo para cautivar a las muchachas.

A mi me pasó distinto. Se me metió en la cabeza y también en el corazón, que debía conseguirme una novia que se llamara Rosa, para cantarle aquella canción llena de motivos reales. A la vuelta de mi casa vivía una niña de cachetes colorados y cola de caballo que se llamaba así y con todo el entusiasmo que me prodigó Sandro, me lancé a su conquista. Para sorpresa mía, no fue tan difícil lograr que me aceptara, pero una vez hechos novios oficiales, las cosas se complicaron pues yo, la verdad, no sabía como ejercer tal posición. Hasta entonces amarla había sido mandarle razones a la muchacha que nos desvelaba y escondernos cuando la veíamos pasar.

Con Rosa era distinto. Su primera imposición fue que la acompañara a misa con sus dos hermanitos menores, y luego que la visitara en la puerta de sus casa, como si no hubiera sido poco el susto cuando ella me tomó de la mano en la calle, y con sus labios inexpertos y los ojos cerrados me llevó por los desfiladeros de algodón del primer beso. Cada vez que iba a visitarla me entraba el mismo miedo que me invadía cuando iba para donde la señora de las inyecciones a que me chuzara sin misericordia. Cuan lejos estaba yo, entonces, de cantarle al oído:"Rosa, tan maravillosa...".Sin embargo, ese era mi propósito, solo que la ocasión no se presentaba, pero no importaba mucho, pues yo era feliz: cada vez que Sandro la entonaba por la radio, sabía que iba dedicada a mi Rosa.

Para completar la dicha yo quería una foto de ella, y en la primera oportunidad se la pedí. La imaginaba eterna, capturada en el papel por los aluros de la plata, con los bordes mordidos, pelo recogido y su mirada de otoño viéndome cuando la sacara de debajo de la almohada.

Yo no tengo fotos. Salgo muy fea, me dijo con la modestia de juguete de las colegialas.

Yo le prometí que le regalaba el dinero para que se las hiciera tomar. Estudiaba yo interno y mi presupuesto del recreo para la semana era de diez pesos. El domingo antes de irme, le di los nueve pesos que valía el "estudio",cuatro fotos en blanco y negro y durante toda la semana esperé el ansiado sábado para tener su imagen, pero ella, según dijo, no había tenido tiempo para ir a la fotografía. A la semana siguiente, lo mismo y también a la tercera. Vino la desdicha, porque comprendí lo que había pasado y no volví a verla jamás. La canción de Sandro se me hizo insoportable porque me traía recuerdos de una ingrata traición.

Aún la imagino, muerta de la risa con sus amiguitas, gastándose la plata de mis fotos en suculentos pasteles "brazos de reina" con gaseosa.

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